Este escrito es una reflexión respecto
a una dinámica que está siendo reproducida de forma permanente en nuestra
sociedad que es la de la queja como forma de existencia de un cierto sector
social el cual denomino como la generación de los llorones. Esta generación de
llorones la conforma un grupo que sus edades varían pero que se pueden ubicar
el sector de jóvenes de menos de 30 años y cuya única función y sentido en su
vida es la lloriquear y quejarse por todo aquello que los confronta con aquello
que no quieren ver o con los códigos y símbolos que rigen sus existencias vacías.
Para que esto no se quede en un burdo
ejercicio de Doxasta habría que hacer un análisis más profundo acerca de las
causas de esta postura ante el ser de estas nuevas generaciones, para ello habría
que remontarnos a los orígenes del neo-liberalismo.
El neo-liberalismo construyo una nueva
forma de entender tanto las relaciones de producción, económicas, de consumo en
nuestra sociedad, al establecer sus bases ideológicas sobre el libre mercado,
la nula regulación estatal al capital y la falacia de la libre competencia el
capitalismo no solo modifico las relaciones económicas sino también construyo
un nuevo tipo de sujetos, los sujetos-mercancía, uno de los múltiples efectos
de estas formas de subjetivación es la de construir personas dóciles y
obedientes ante la nueva ideología dominante del consumo, para ello se
necesitaba modificar el ser, apelar a producir personas en masa que actuaran,
pensara y sintieran de formas muy concretas y eso se realizó a partir de varios
ejes y estrategias de difusión y adoctrinamiento ideológico.
La primera de estas estrategias consistió
en la anulación e invisibilizacion de cualquier propuesta cultural que fomentara
la reflexión, el análisis, la crítica, se privilegiaron modelos culturales que
permitieran la reproducción de un modelo ideológico banal, productos en masa
diseñados para generar espectadores pasivos y mediocres, que solo consumieran
cultura pre digerida, por ende no necesitan hacer un esfuerzo cognitivo ni
subjetivo para codificar aquello que ven, la denominada cultura pop se articuló
como la ideología de masas, el modelo de identificación a seguir creando
modelos de vida correctos, exitosos, felices.
La segunda estrategia consistió en el
establecimiento de un modelo educativo basado en el conocimiento técnico basado
en las necesidades del mercado laboral y borrando poco a poco el conocimiento
deductivo y analítico, privando de bases a los estudiantes para producir un
pensamiento reflexivo y crítico,
acumulando cantidades cada vez mayores de conocimientos específicos, vemos
así a legiones de médicos, arquitectos, diseñadores, economistas que poseen una
serie de conocimientos técnicos pero que tienen una profunda ignorancia cultural
y un gran desconocimiento de sí mismos, acumulan información banal, se resalta
en la forma en como saben acerca de las nuevas contrataciones de su equipo
deportivo favorito, sus estadísticas, las nuevas especificaciones del teléfono de
moda, del nuevo auto codiciado, saben acerca de los lugares más exclusivos
socializar pero en cuanto se les lanzan preguntas como ¿Quién eres? ¿Qué te
gusta? ¿Qué deseas? Dan respuestas masificadas y homogenizadas, responden lo
mismo que millones y millones de entes alienados y autómatas.
La tercera estrategia es la construcción
de la mediocridad y la ignorancia como la forma adecuada de ser, en esta estrategia
a diferencia de otros momentos de la historia se buscó generar sujetos que estén
relativamente capacitados para desempeñar trabajos y funciones requeridas por
el mercado laboral pero que no sean brillantes ni destacados en ninguna área,
se realizó una estandarización de las capacidades personales y cognitivas, esto
se realiza a partir de dos vías, en primer lugar la escuela comienza poco a
poco a borrar de sus dinámicas pedagógicas la estimulación y competencia académica para reforzar otras características benéficas para el sistema de dominación
tales como la puntualidad, el arreglo personal, las capacidades físico-atléticas,
la conducta obediente ante la autoridad y el surgimiento de modelos pedagógicos,
neoliberales que apelaban a borrar la frustración del modelo educativo
produciendo generaciones de futuros adultos que desconocían sus propias
capacidades intelectuales y creativas, incapaces de generarse retos por sí
mismos, de manejar la frustración y se construye una homogenización en donde
todos los niños son especiales.
Este discurso basado en la producción y
el rendimiento produce una ideología ilusoria en la cual los limites no
existen, todos tienen la misma posibilidad de ser lo que quieran ser, da igual
las limitantes físicas y cognitivas, por el mero hecho de existir pueden
aspirar a obtener lo que deseen, si esto lo complementamos con que el modelo
cultual dominante de felicidad es la acumulación de dinero y el consumo que
esto permite, generan masas de jóvenes que su mayor aspiración es conseguir un
buen empleo que les permita ganar mucho dinero para acumular estatus y para ser
reconocidos en la sociedad del espectáculo.
El discurso positivo es reforzado en
el hogar, los padres en base a discursos de saber poder de orden pedagógico
articulan una educación basada en la comprensión
y la motivación, entendiendo esta como una forma de no exigir nada al niño, en
festejar y reconocer cualquier actividad que este realice por mas mediocre y común
sea, una intolerancia ante la frustración de sus hijos haciendo que resuelvan
cada uno de sus retos, y problemáticas obturando la posibilidad de un aprendizaje
del niño en relación a la resolución de problemas, a la toma de decisiones,
vemos así a niños, adolescentes y adultos jóvenes incapaces de asumir
responsabilidades para con su propia vida, incapaces de lidiar con la frustración
que el vivir implica, recurriendo a medios de evasión consumista para aliviar
la angustia e insatisfacción de su propia mediocridad.
Presentan a su vez una distorsión de
su percepción de sus propias habilidades y talentos, no logran percibir su
mediocridad, su ausencia de talento, su ignorancia cultural, se vuelve común encontrarnos
en el instagram, en el Facebook y diversas redes sociales paradojas e
incongruencias existenciales y teórico-metodológicas alarmantes, vemos miles de
sujetos poosers que se definen a sí mismos como escritores pero que jamás leen
libros y si lo hacen solo aspiran a comprender autores como Coehlo o libros de superación
personal, fotógrafos cuyo mayor logro estético y técnico es tomar selfies de su
último viaje, de paisajes o aplicarles filtros a sus fotos cutres, artistas
audiovisuales que hacen vídeos con la última cámara que su papi le regalo, que
se drogan y embriagan o viven en los barrios exclusivos de los artistas pagados
por sus padres de clase pudiente, filósofos y pensadores que lo son porque
comparten cita de autores que jamás han leído ni leerán.
Son entes que viven en un permanente aparentar
ser pero en cuanto se confrontan con la realidad de su propia mediocridad, de
lo que implica ser escritor, fotógrafo, artista, filosofo, del trabajo, la
constancia y tiempo que se requiere para ser bueno en ello y las privaciones
que hay que realizar construyen su narrativa llorona, culpan al mundo de su
falta de reconocimiento y talento, se refugian de forma desesperada en las
redes para evadir su realidad, atacan y señalan a aquellos que osan criticarlos,
borrando de su percepción y de su círculo social a todos aquellos que no
corroboren su falsa percepción, que no legitimen su talento imaginario o su
falso ser.
Otra estrategia es la creación de
sujetos-victimas, esta estrategia tiene como finalidad producir personas que se
perciban a sí mismas como víctimas, que son oprimidas por un sistema social,
por los otros, por sus padres, que utilicen estos enemigos como vía de catarsis
y como forma de eludir sus responsabilidades de sus propias acciones, de sus
decisiones, de su forma de vivir, se les desprovee de su capacidad de autocrítica,
de auto reflexión y de posibilidades de acción que les permitan construir
formas alternas de vivir, construyendo un circulo de repetición infinito en el
cual se enuncia una demanda de que sea el otro quien resuelva sus problemáticas,
que el mundo se adecue a sus limitadas capacidades, en donde la felicidad y la realización depende
del reconocimiento y la acción de los demás.
Tomando como base estas estrategias de
ejercicio de poder podemos hacernos una idea clara de porqué se produjeron y como son esta generación
de llorones, personas con una percepción distorsionada de sí mismos, una obsesión
con aparentar ser, una nula capacidad de autocrítica y autor reflexión y por
ende nula inquietud de si, presentan una ausencia de responsabilidad para con
sus decisiones, una intolerancia a la frustración y a la angustia, una
tendencia a la victimización constante y cuya única vía de evasión es mediante el consumo y el espectáculo, apelan a demandar que el mundo se adecue a
sus propias mediocridades, que reconozcan sus fantasías y se borre todo aquello
que los puede confrontar con sus limitantes, ante la frustración, ante los
problemas de la vida, ante sus incapacidades, lloran y se quejan, y demandan que alguien les
resuelva sus problemáticas, que les creen una app para hacer fotos más fáciles,
para editar vídeos con un botón, para obtener conocimiento sin leer libros,
para ser artistas sin tener dominio de una técnica, guías para identificar qué
relaciones son positivas o negativas, manuales para obtener relaciones sexuales
placenteras, apelan a que nadie les diga que son malos, que nadie los limite,
que nadie los cuestione en torno a su mediocridad, que sea la apariencia lo que
sea lo relevante y no la esencia de las cosas.
La pregunta que surge es ¿Qué hacer
con estas generaciones de llorones alienados? Existen varias posibles
respuestas a esto, en primer lugar hay que evidenciar los efectos de estas prácticas
discursivas que están produciendo esta clase de personas en masa. En segundo
lugar el confrontar permanentemente a estos llorones, confrontarlos con su ilusión
de realidad, desnudar esa apariencia para nombrar la verdad de sus existencias,
exigir de ellos algo más, sacarlos de su lugar victimista, frustrarlos y
llevarlos a los límites del desarrollo de sus capacidades y habilidades,
señalar que detrás de aquello que denominan identidad solo está un determinado patrón
de consumo pero sobre todo desarticular todo el imaginario que se han construido
con respecto a su ser, dejar de crear un
mundo a la medida de sus mediocridades y limitantes, y empezar devolverles su
cruda realidad, que no son especiales ni talentosos, solo son productos en masa
que aparentan ser algo más y así como
los niños ante la frustración lloran y hacen berrinches pero una vez que
comprenden que no obtendrán nada de esa forma modifican su postura, aplicar la
misma estrategia para con ellos, dejémoslos llorar, hacer sus berrinches,
simplemente no cedamos ante sus demandas.
Eduardo Contreras Merino