Constantemente encontramos diversos
discursos en relación a la felicidad, hay una incesante insistencia en los
medios de comunicación masiva, la publicidad, incluso hay una creciente
literatura enfocada a educar sobre cómo alcanzar la felicidad.
El primer problema notorio en todas
esas formas discursivas es que no se preguntan algo muy básico, ¿Qué es la
felicidad? Esta es una pregunta muy difícil de responder pero estas prácticas
discursivas lo trivializan, reducen la complejidad de la existencia humana a
formas muy simples.
Para empezar a evidencia esto no hay
as que analizar cuál es la propuesta capitalista de la felicidad, esta
propuesta se resume a tener. El capitalismo construye una serie de discursos
ideológicos que se traducen en una exposición al sujeto de constantes estímulos
en donde intentan equiparar la felicidad al consumo. Construyen lo que Marx
denominaría el fetiche de la mercancía, alienar al sujeto para con sus cosas, apelan
a que se identifique con ellas, las quiera, que encuentre una realización afectiva
con ellas.
La praxis de esta forma ideológica de
felicidad es muy simple, mientras más cosas poseas, más feliz serás, tener el
mejor auto, la ropa de la mejor marca, ir a los lugares más exclusivos y
reconocidos socialmente.
Facebook está repleto de ejemplos en
donde se percibe esto, publicaciones sobre las cosas que se compran, fotos en
los lugares a los que acuden, mostrando siempre una felicidad falsa, da igual que
ese producto adquirido tenga utilidad o que en una semana dejen de utilizarlo,
lo importante y o clave aquí es el mostrarlo a los otros, construir una
superioridad sobre los demás, la felicidad bajo este esquema radica en la obtención
de un status social, de intentar distinguirse de los demás vía los productos y
no el ser.
La paradoja aquí es que la mayoría de
los productos que el capitalismo oferta son producidos en masa, ese intento de
diferenciarse se vuelve por tanto estéril, se hablaría más bien de una
uniformidad en estos sujetos hiper consumistas, se visten igual, van a los
mismos lugares, escuchan la misma música, conducen los mismos autos. El sujeto
se vuelve entonces un autómata, la felicidad que tanto se pregona y se intenta
mostrar no es real, es una felicidad
construida artificialmente.
Las redes sociales nos dan otro
ejemplo en donde se muestra esta forma de felicidad capitalista, en estas redes
se reproduce esta lógica de la cantidad, el sujeto inmerso en la rede social
apela a tener la mayor cantidad de contactos posibles, que aparezcan múltiples
opciones de con quién charlar, con
quienes compartir momentos, momentos virtuales claro está, pero que mitigan y sirven
como paliativo a la sociedad del sujeto.
Zygmunt Baumant decía que el mayor logro
de Facebook es saber aprovechar nuestro miedo a estar solos, este temor y miedo
a la soledad recorre de principio a fin esta red, importa muy poco la calidad y
profundidad de las interacciones entre los miembros de la red, solo importa
tener interacción, dar la impresión de que se tiene amigos, gente que te
estima, te quiere, se preocupa por ti, le importa tu vida. El problema es que al
final la soledad no se puede eludir, solo se maquilla, en esencia el sujeto se
encuentra solo ante un monitor o quizá peor, acompañado físicamente por alguien
pero atrapado en la virtualidad.
Otro aspecto importante a analizar es el
cómo dentro de nuestra sociedad se tolera muy poco la tristeza, por un lado se
encuentra el discurso psiquiátrico que patologiza la tristeza, generando una
estrategia de la medicalización del dolor, muy parecido al Mundo Feliz de
Aldous Huxley.
En realidad a la psiquiatría no le
interesa el bienestar del sujeto, se instaura como una forma de control social,
construye criterios sobre la salud y enfermedad, la tristeza desde esta
perspectiva se articula como una enfermedad mental, un desorden del sujeto que
no le permite ser feliz, encontrando con esto su legitimidad discursiva, si el
medicamento produce felicidad, la psiquiatría por ende es buena, se le da una significación
y legitimación artificial y bastante cuestionable.
Traduciendo su discurso de forma
simple seria como enunciar que esta sociedad te brinda todo para ser feliz, si
no logras ser feliz con tus cosas, tu ropa, tu auto, tu televisión, entonces
algo está mal en ti. La intencionalidad se vuelve entonces muy simple de leer, el
que no se adapta a la sociedad, pagara entonces el precio de la patologizacion,
de la exclusión.
Por otro lado existen múltiples
discursos que giran en torno a la positividad, nos incitan de diversas formas y de manera insistente a pensar
positivo, a concentrarnos en los aspectos lindos de la vida, criticando y
excluyendo a todos aquellos que expresan sentimientos de tristeza, de hartazgo,
se les llama heaters, personas toxicas, malas influencias.
La articulación de estos discursos
tiene como finalidad construir un mundo artificial, un mundo que borra de la percepción
muchos aspectos de la realidad, produce sujetos que viven en fantasías y lo más
grave es que niega una relación dialéctica entre el dolor y el placer, solo a
partir del dolor podemos dimensionar el placer y la inversa, por eso es una relación
dialéctica.
Todo momento de felicidad puede
transformarse en dolor, el placer lleva consigo un contenido de dolor, quien no
puede lidiar con el dolor, la tristeza, no puede comprometerse con su
existencia, con los momentos intensos de la vida, parte del cuidado de si
consiste en aprender a saber de nuestro dolor, asumirlo, aprender a
relacionarnos con él.
El dolor también produce un
crecimiento personal, un conocimiento más profundo y real de sí mismo, permite
la posibilidad de vivir experiencias reales, no experiencias de consumo, o
virtuales, o fantasiosas.
A manera de conclusión podría decir
que la felicidad no está en el consumo, ni en maquillar la soledad, la
felicidad no es algo que se pueda definir a priori, no es un conocimiento
previo que se tenga, la felicidad son momentos intensos de la vida, de mucho
placer, la felicidad por ende no puede ser construida a partir del discurso del
otro, la felicidad es una construcción personal, cada uno tiene que buscar su
propia forma de felicidad, no existen manuales ni una felicidad correcta o
incorrecta como algunos discursos querrían darnos a entender.
Eduardo
Contreras Merino.
Psicoanalista. Contacto al teléfono
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