A lo largo de la historia ha
sido común que las personas expresen su deseo de ser libres, dando por sentado
que entienden lo que representa el concepto de libertad. Se repiten a sí mismos
que anhelan llegar a este estado, sin preguntarse si quiera, si este deseo es
en efecto real. Son precisamente esas dos preguntas las que articulan la
siguiente reflexión: ¿qué es la libertad? Y ¿en verdad es real el deseo de ser
libres?
Principalmente, la ‘libertad’
ha sido entendida a través de su negativo, es decir, se piensa desde su
ausencia o privación. Esto nos evoca a sociedades totalitarias, derechos
restringidos o inexistentes, o simplemente, la fuerza que coacciona e impide el
libre pensar y actuar de los sujetos. Sin embargo, esta manera de ver a la
‘libertad’ termina por ser una idea limitada y, en esencia, conveniente para
las estructuras del ejercicio del poder.
Así mismo, la ‘libertad’
también ha sido entendida como un elemento extrínseco al sujeto; algo que se
tiene o no, limitado al orden de la posesión. Bajo esta lógica, la ‘libertad’
sólo puede ser dada por otro, que puede ser un sistema jurídico-político, un
sistema institucional jerárquico o hasta una estructura de creencias
religiosas.
A partir de esta visión, que
puede ser calificada de alienante por la evidente cosificación que existe
frente a un otro, la sociedad se coloca en una postura pasiva. Se exige que los
sistemas de gobierno sean los que proporcionen la mayor libertad, las luchas
sociales se fundamentan en una solicitud idéntica, y determinados grupos
demandan se les otorgue eso mismo, que se les ha negado. Todo esto lleva a
preguntas que resultan fundamentales: ¿por qué esperar que sea el otro el que
de la libertad? Y ¿por qué pensar a la libertad como algo que se posee o no?
Para Jean Paul Sartre, el
problema no se trata de analizar si tenemos o no ‘libertad’. Para él, “estamos
condenados a ser libres”, es decir, da por sentada la existencia de nuestra
libertad. Y precisamente por eso, afirma que la pregunta debería ser: ¿qué
hacemos con nuestra libertad?
Para responder a esto Sartre
inserta algunos cambios en la forma de pensar la libertad. En primer lugar pone
énfasis en como la libertad produce responsabilidad. Coloca el análisis en otro
plano epistemológico, ser libre implica ser responsable de nuestras decisiones,
hacerse cargo de las consecuencias que estas producen, es aquí donde se produce
un concepto crucial en la obra de Sartre, el actuar de mala fe.
Para el existen dos vías de
relacionarnos con la libertad, por un lado el actuar con responsabilidad, esto
implica el asumir que todo lo que acontece en nuestra vida es la consecuencia
de nuestras decisiones y hacernos cargo de ellas, sin culpar a otros ni al
contexto. Por otro lado estaría el actuar de mala fe, esto se produce cuando el
sujeto decide no hacerse cargo de las consecuencias de sus decisiones o
incluso, simplemente negarse a elegir. Esto implica cederle al otro la
responsabilidad sobre nuestra vida, negar nuestra condición de sujetos y
volvernos objetos, esto es actuar de mala fe.
El pensar la libertad desde
este enfoque permite evolucionar la problematización de la libertad de
conceptualizarla como una posesión, un derecho, a preguntarse más bien sobre el
ejercicio que hacemos de ella. A pesar de ser muy tentador el reducir la
libertad a un asunto de un mero ejercicio de responsabilidad, caben aquí
ciertas preguntas, ¿si todo recaen en el sujeto mismo implica eso que el
contexto es irrelevante? ¿La historia entonces no importa?
Michel Foucault dará mucha
luz sobre estas preguntas. Para Foucault, la libertad no puede ser pensada más
que en un contexto jurídico político, la libertad no puede existir fuera de la
ley. En varios momentos de su obra Foucault muestra como la libertad es un
concepto que se tiene que pensar en relación a la historia, no se hablaría
entonces de la libertad como un concepto universal, se hablaría más bien de la
historia de los regímenes de permisión- prohibición dados en un momento histórico
en concreto.
Se trataría entonces de
construir una historia de las libertades, Foucault se pregunta, ¿porque en
algunos momentos de la historia existía la posibilidad de realizar determinadas
conductas y en otros momentos esas mismas conductas eran prohibidas? ¿Que es lo
que lleva a determinadas sociedad a prohibir o permitir una conducta?
La respuesta solo puede
emerger pensando a la libertad como una práctica discursiva, un dispositivo de poder que se transforma en función
de los intereses dominantes del momento histórico dado, con objetivos
específicos.
Pensemos por ejemplo en la
historia del derecho, en cada sociedad existen un conjunto de leyes que
conllevan prohibiciones y permisiones para la población, en los primeros grupos humanos estas leyes
estaban estructuradas en base en un discurso moral, no se hablaba de lo legal o
ilegal, sino de lo correcto o incorrecto, lo bueno y lo malo. Con el paso del
tiempo el derecho se empieza a construir como un saber que se apropia del uso
de la libertad.
Poco a poco el derecho gana
fuerza hasta constituirse como el saber designado para administrar el uso de la
libertad, se articula como un discurso que en apariencia se aleja del juicio
moral, un discurso basado en la producción del bienestar y la cohesión social.
Lo que en apariencia seria
una evolución del las estructuras sociales muy pronto se devela como un
mecanismo de control. Por un lado nunca queda del todo claro en donde se separa
el derecho de lo moral, lo único que se produce es un cambio lingüístico, se
deja de nombrar determinadas conductas como incorrectas para ser tipificadas
como crímenes.
Pensemos por ejemplo en la sodomía,
¿porque durante muchísimo tiempo e
incluso en la actualidad es considerada un crimen? ¿Cual es el delito en
el uso del cuerpo para la obtención de placer? Pensando esto bajo un análisis histórico
es imposible no ubicar como lo moral juega un papel clave, las leyes se vuelven
la expresión de la moralidad dominante de la época, podríamos ejemplificarlo tomando como modelo
la época victoriana. La moralidad de la clase burguesa se volvió el modelo jurídico
de las clases inferiores con una disimetría esencial, para los burgueses los
juicios seguían siendo morales, la condena seguía siendo moral, para el resto
de la población se vuelve una pena legal. Exige un castigo penal.
Con la construcción de
distintas disciplinas humanistas se puede apreciar como giran en torno a la administración
de las libertades, se regula el uso del cuerpo, el uso de los placeres, el uso
del tiempo, del dinero. Todos estos discursos de saber buscan producir un
vaciamiento de poder en el sujeto, quitarle saber al sujeto sobre sí mismo, dirigirlo,
en pocas palabras, dominarlo.
Para Foucault la clave del análisis
de la libertad se concentra igual que para Sartre en el ejercicio de la
libertad, con la diferencia de que en Foucault la libertad es un discurso histórico.
Para Sartre la pregunta eje seria ¿que hago con mi libertad?, para Foucault
seria ¿que define la libertad? En apariencia pudiera pensarse que son preguntas
que implicarían una oposición epistemológica pero si se lleva a un análisis más
profundo se puede ubicar que solo se refieren a dos dimensiones del problema,
que llamare la microfísica y la macrofisica de la libertad.
Entendamos la microfísica de
la libertad como ese espacio en donde se juega la libertad desde cada sujeto,
desde el orden de la subjetividad, ese espacio ético que permite al sujeto
cuestionarse o no sobre su libertad, sobre su ejercicio y su responsabilidad.
La macrofisica de la libertad
estaría construida en el punto donde se inserta lo social, en ese lugar donde
la libertad se estructura como un discurso y que atraviesa la subjetividad del
sujeto, le construye imaginarios sobre lo que es la libertad y limitaciones a
esta.
Aunado a esto estos dos
autores nos muestran dos facetas del sujeto, por un lado Sartre nos muestra que
el sujeto tiene un terror a ser libre, por ende construye instituciones
encargadas de administrar su libertad, de cosificarlo, insiste constantemente
en vaciarse de esa pesada carga que es la libertad y el hacerse cargo de sí.
Por otro lado Foucault nos
muestra esta tendencia del sujeto a ejercer poder sobre otros, este amor y
fascinación por el poder que caracteriza al sujeto, nos muestra cómo opera este
ejercicio de poder que busca coaccionar la libertad del otro, la evolución que
tomo a lo largo de la historia de ser una coacción por medio de la fuerza a una
coacción velada.
Llegados a este punto es
donde se muestra claramente el conflicto esencial del sujeto en tanto el uso de
su libertad, un deseo de ser libres y un contexto que busca que renuncie a su
libertad, se podría problematizar este conflicto desde la siguiente vía, el
conflicto entre el deseo y la ley.
Durante mucho tiempo se nos
ha dicho que el deseo solo existe en relación a la ley, varios psicoanalistas han reforzado esta idea
binaria, son los técnicos del deseo, intentan convencernos que solo estando
dentro de la ley es como se puede desear. Construyen otra forma de intentar
legitimar el discurso moral y jurídico.
Esto llevaría a una serie de preguntas, ¿solo se puede desear lo
permitido? ¿El desear lo prohibido es signo de una patología como nos quieren
hacer creer? Para responder a estas preguntas es necesario insertar aquí un
nuevo elemento, la transgresión.
Ejercer la libertad produce intrínsecamente
una transgresión al otro, elegir transgrede discursos sociales, subjetividades
personales, sentimientos. Pongamos un ejemplo concreto, imaginemos una mujer y
un hombre sentados en un café charlando, el hombre la toma de la mano
indicándole una cierta atracción e interés sexual o amoroso en ella, ante esta
situación la mujer tiene múltiples, opciones, rehusarse a elegir, permitir que
el hombre sostenga su mano pero no posicionarse al respecto, es decir actuar de
mala fe. Por otro lado al elegir estaría transgrediendo algo, rompiendo un límite,
si accede a la demanda amorosa del sujeto estaría transgrediendo su situación
previa no sexual izada, más cargada de amistad por así de decirlo, si decide
retirar su mano y rechazar la demanda
amorosa estará transgrediendo el deseo del otro.
Es precisamente en este punto
donde se unen estas dos propuestas de pensar la libertad, por un lado los
discursos de libertad nos dirían que hacer con nuestra libertad, buscarían
limitarla siempre en función de un contexto social dado, pero el ejercer la
libertad implica una acción transgresora a estos discursos, implica un
ejercicio de cuidado de sí que apueste por conocer sobre nuestro deseo, sobre
nuestro ser, renunciar a la idea de que nuestra vida está determinada por
limites exteriores y pasar a asumir una postura ante la vida en donde asumamos
la idea de que estamos solos, que nadie puede desear o ser libre por nosotros,
asumir que este ejercicio de transgresión al otro llevara consigo perdidas.
Uno de los efectos de esta
forma de administrar la libertad es la de producir sujetos dóciles, temerosos
de lo que desean y de su libertad, una de las posibles estrategias está en la
transgresión ética, aprender a ser sujetos transgresores, históricamente se ha
considera la transgresión bajo un aspecto negativo, ligado al libertinaje, al
ejercicio de poder, pero la transgresión puede ser usada como un ejercicio de
libertad si se liga a una estructura ética definida.
Transgredir no es sinónimo de
violentar, ni de dominar, transgredir implica un acto de autorizarse a ser
libres, un acto de ejercicio de cuidado de sí que permite al sujeto hacerse
cargo de si, de su deseo y de las implicaciones de este, en conclusión, debemos
pasar de ser una sociedad auto regulada a ser una sociedad éticamente
transgresora, que permita la producción de sujetos libres y responsables de sí
mismos.
Eduardo Contreras Merino.
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