sábado, 30 de julio de 2016

¿Qué es la libertad?

A lo largo de la historia ha sido común que las personas expresen su deseo de ser libres, dando por sentado que entienden lo que representa el concepto de libertad. Se repiten a sí mismos que anhelan llegar a este estado, sin preguntarse si quiera, si este deseo es en efecto real. Son precisamente esas dos preguntas las que articulan la siguiente reflexión: ¿qué es la libertad? Y ¿en verdad es real el deseo de ser libres?

Principalmente, la ‘libertad’ ha sido entendida a través de su negativo, es decir, se piensa desde su ausencia o privación. Esto nos evoca a sociedades totalitarias, derechos restringidos o inexistentes, o simplemente, la fuerza que coacciona e impide el libre pensar y actuar de los sujetos. Sin embargo, esta manera de ver a la ‘libertad’ termina por ser una idea limitada y, en esencia, conveniente para las estructuras del ejercicio del poder.
Así mismo, la ‘libertad’ también ha sido entendida como un elemento extrínseco al sujeto; algo que se tiene o no, limitado al orden de la posesión. Bajo esta lógica, la ‘libertad’ sólo puede ser dada por otro, que puede ser un sistema jurídico-político, un sistema institucional jerárquico o hasta una estructura de creencias religiosas.
A partir de esta visión, que puede ser calificada de alienante por la evidente cosificación que existe frente a un otro, la sociedad se coloca en una postura pasiva. Se exige que los sistemas de gobierno sean los que proporcionen la mayor libertad, las luchas sociales se fundamentan en una solicitud idéntica, y determinados grupos demandan se les otorgue eso mismo, que se les ha negado. Todo esto lleva a preguntas que resultan fundamentales: ¿por qué esperar que sea el otro el que de la libertad? Y ¿por qué pensar a la libertad como algo que se posee o no?
Para Jean Paul Sartre, el problema no se trata de analizar si tenemos o no ‘libertad’. Para él, “estamos condenados a ser libres”, es decir, da por sentada la existencia de nuestra libertad. Y precisamente por eso, afirma que la pregunta debería ser: ¿qué hacemos con nuestra libertad?



Para responder a esto Sartre inserta algunos cambios en la forma de pensar la libertad. En primer lugar pone énfasis en como la libertad produce responsabilidad. Coloca el análisis en otro plano epistemológico, ser libre implica ser responsable de nuestras decisiones, hacerse cargo de las consecuencias que estas producen, es aquí donde se produce un concepto crucial en la obra de Sartre, el actuar de mala fe.
Para el existen dos vías de relacionarnos con la libertad, por un lado el actuar con responsabilidad, esto implica el asumir que todo lo que acontece en nuestra vida es la consecuencia de nuestras decisiones y hacernos cargo de ellas, sin culpar a otros ni al contexto. Por otro lado estaría el actuar de mala fe, esto se produce cuando el sujeto decide no hacerse cargo de las consecuencias de sus decisiones o incluso, simplemente negarse a elegir. Esto implica cederle al otro la responsabilidad sobre nuestra vida, negar nuestra condición de sujetos y volvernos objetos, esto es actuar de mala fe.
El pensar la libertad desde este enfoque permite evolucionar la problematización de la libertad de conceptualizarla como una posesión, un derecho, a preguntarse más bien sobre el ejercicio que hacemos de ella. A pesar de ser muy tentador el reducir la libertad a un asunto de un mero ejercicio de responsabilidad, caben aquí ciertas preguntas, ¿si todo recaen en el sujeto mismo implica eso que el contexto es irrelevante? ¿La historia entonces no importa?
Michel Foucault dará mucha luz sobre estas preguntas. Para Foucault, la libertad no puede ser pensada más que en un contexto jurídico político, la libertad no puede existir fuera de la ley. En varios momentos de su obra Foucault muestra como la libertad es un concepto que se tiene que pensar en relación a la historia, no se hablaría entonces de la libertad como un concepto universal, se hablaría más bien de la historia de los regímenes de permisión- prohibición dados en un momento histórico en concreto.
Se trataría entonces de construir una historia de las libertades, Foucault se pregunta, ¿porque en algunos momentos de la historia existía la posibilidad de realizar determinadas conductas y en otros momentos esas mismas conductas eran prohibidas? ¿Que es lo que lleva a determinadas sociedad a prohibir o permitir una conducta?
La respuesta solo puede emerger pensando a la libertad como una práctica discursiva,  un dispositivo de poder que se transforma en función de los intereses dominantes del momento histórico dado, con objetivos específicos.
Pensemos por ejemplo en la historia del derecho, en cada sociedad existen un conjunto de leyes que conllevan prohibiciones y permisiones para la población,  en los primeros grupos humanos estas leyes estaban estructuradas en base en un discurso moral, no se hablaba de lo legal o ilegal, sino de lo correcto o incorrecto, lo bueno y lo malo. Con el paso del tiempo el derecho se empieza a construir como un saber que se apropia del uso de la libertad.
Poco a poco el derecho gana fuerza hasta constituirse como el saber designado para administrar el uso de la libertad, se articula como un discurso que en apariencia se aleja del juicio moral, un discurso basado en la producción del bienestar y la cohesión social.
Lo que en apariencia seria una evolución del las estructuras sociales muy pronto se devela como un mecanismo de control. Por un lado nunca queda del todo claro en donde se separa el derecho de lo moral, lo único que se produce es un cambio lingüístico, se deja de nombrar determinadas conductas como incorrectas para ser tipificadas como crímenes.
Pensemos por ejemplo en la sodomía, ¿porque durante muchísimo tiempo e  incluso en la actualidad es considerada un crimen? ¿Cual es el delito en el uso del cuerpo para la obtención de placer? Pensando esto bajo un análisis histórico es imposible no ubicar como lo moral juega un papel clave, las leyes se vuelven la expresión de la moralidad dominante de la época,  podríamos ejemplificarlo tomando como modelo la época victoriana. La moralidad de la clase burguesa se volvió el modelo jurídico de las clases inferiores con una disimetría esencial, para los burgueses los juicios seguían siendo morales, la condena seguía siendo moral, para el resto de la población se vuelve una pena legal. Exige un castigo penal.
Con la construcción de distintas disciplinas humanistas se puede apreciar como giran en torno a la administración de las libertades, se regula el uso del cuerpo, el uso de los placeres, el uso del tiempo, del dinero. Todos estos discursos de saber buscan producir un vaciamiento de poder en el sujeto, quitarle saber al sujeto sobre sí mismo, dirigirlo, en pocas palabras, dominarlo.
Para Foucault la clave del análisis de la libertad se concentra igual que para Sartre en el ejercicio de la libertad, con la diferencia de que en Foucault la libertad es un discurso histórico. Para Sartre la pregunta eje seria ¿que hago con mi libertad?, para Foucault seria ¿que define la libertad? En apariencia pudiera pensarse que son preguntas que implicarían una oposición epistemológica pero si se lleva a un análisis más profundo se puede ubicar que solo se refieren a dos dimensiones del problema, que llamare la microfísica y la macrofisica de la libertad.
Entendamos la microfísica de la libertad como ese espacio en donde se juega la libertad desde cada sujeto, desde el orden de la subjetividad, ese espacio ético que permite al sujeto cuestionarse o no sobre su libertad, sobre su ejercicio y su responsabilidad.
La macrofisica de la libertad estaría construida en el punto donde se inserta lo social, en ese lugar donde la libertad se estructura como un discurso y que atraviesa la subjetividad del sujeto, le construye imaginarios sobre lo que es la libertad y limitaciones a esta.
Aunado a esto estos dos autores nos muestran dos facetas del sujeto, por un lado Sartre nos muestra que el sujeto tiene un terror a ser libre, por ende construye instituciones encargadas de administrar su libertad, de cosificarlo, insiste constantemente en vaciarse de esa pesada carga que es la libertad y el hacerse cargo de sí.
Por otro lado Foucault nos muestra esta tendencia del sujeto a ejercer poder sobre otros, este amor y fascinación por el poder que caracteriza al sujeto, nos muestra cómo opera este ejercicio de poder que busca coaccionar la libertad del otro, la evolución que tomo a lo largo de la historia de ser una coacción por medio de la fuerza a una coacción velada.
Llegados a este punto es donde se muestra claramente el conflicto esencial del sujeto en tanto el uso de su libertad, un deseo de ser libres y un contexto que busca que renuncie a su libertad, se podría problematizar este conflicto desde la siguiente vía, el conflicto entre el deseo y la ley.
Durante mucho tiempo se nos ha dicho que el deseo solo existe en relación a la ley,  varios psicoanalistas han reforzado esta idea binaria, son los técnicos del deseo, intentan convencernos que solo estando dentro de la ley es como se puede desear. Construyen otra forma de intentar legitimar el discurso moral y jurídico.
Esto llevaría a una  serie de preguntas, ¿solo se puede desear lo permitido? ¿El desear lo prohibido es signo de una patología como nos quieren hacer creer? Para responder a estas preguntas es necesario insertar aquí un nuevo elemento, la transgresión.
Ejercer la libertad produce intrínsecamente una transgresión al otro, elegir transgrede discursos sociales, subjetividades personales, sentimientos. Pongamos un ejemplo concreto, imaginemos una mujer y un hombre sentados en un café charlando, el hombre la toma de la mano indicándole una cierta atracción e interés sexual o amoroso en ella, ante esta situación la mujer tiene múltiples, opciones, rehusarse a elegir, permitir que el hombre sostenga su mano pero no posicionarse al respecto, es decir actuar de mala fe. Por otro lado al elegir estaría transgrediendo algo, rompiendo un límite, si accede a la demanda amorosa del sujeto estaría transgrediendo su situación previa no sexual izada, más cargada de amistad por así de decirlo, si decide retirar su mano y  rechazar la demanda amorosa estará transgrediendo el deseo del otro.
Es precisamente en este punto donde se unen estas dos propuestas de pensar la libertad, por un lado los discursos de libertad nos dirían que hacer con nuestra libertad, buscarían limitarla siempre en función de un contexto social dado, pero el ejercer la libertad implica una acción transgresora a estos discursos, implica un ejercicio de cuidado de sí que apueste por conocer sobre nuestro deseo, sobre nuestro ser, renunciar a la idea de que nuestra vida está determinada por limites exteriores y pasar a asumir una postura ante la vida en donde asumamos la idea de que estamos solos, que nadie puede desear o ser libre por nosotros, asumir que este ejercicio de transgresión al otro llevara consigo perdidas.
Uno de los efectos de esta forma de administrar la libertad es la de producir sujetos dóciles, temerosos de lo que desean y de su libertad, una de las posibles estrategias está en la transgresión ética, aprender a ser sujetos transgresores, históricamente se ha considera la transgresión bajo un aspecto negativo, ligado al libertinaje, al ejercicio de poder, pero la transgresión puede ser usada como un ejercicio de libertad si se liga a una estructura ética definida.
Transgredir no es sinónimo de violentar, ni de dominar, transgredir implica un acto de autorizarse a ser libres, un acto de ejercicio de cuidado de sí que permite al sujeto hacerse cargo de si, de su deseo y de las implicaciones de este, en conclusión, debemos pasar de ser una sociedad auto regulada a ser una sociedad éticamente transgresora, que permita la producción de sujetos libres y responsables de sí mismos.


Eduardo Contreras Merino.

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