domingo, 13 de mayo de 2012

Reflexiones sobre el ejercicio de poder en el acompañamiento terapéutico.


Eduardo Contreras Merino.

“Y así cubro mi villanía con algunos trozos sueltos tomados de los libros sagrados y parezco un santo cuando represento a un demonio”.

Este trabajo intenta hacer una reflexión de la obra de Michel Foucault. Es un intento de analizar el ejercicio de poder y su relación con el acompañamiento terapéutico, así como con las prácticas discursivas ligadas a éste, analizando la microfísica del poder para intentar generar otra forma de relación para con él. Intenta alcanzar una posición de exterioridad con sus técnicas, permitiendo con esto, una forma distinta de asumir nuestro propio ejercicio de poder y estructurar otra forma de relación en la praxis del acompañamiento terapéutico.

Para iniciar este trabajo, analizaré las relaciones de saber-poder que se producen en el ejercicio de la praxis del acompañamiento. Para esto, se vuelve necesario llevar el análisis, específicamente a las prácticas discursivas que atraviesan a los sujetos que realizan un acompañamiento terapéutico.

Hay que retomar entonces el que es el mayor discurso que puede atravesar a un acompañante terapéutico, el discurso psiquiátrico. En la práctica de acompañamiento terapéutico constantemente se estructuran relaciones para con los psiquiatras, en muchos casos los acompañantes son elegidos por éstos o siguen indicaciones y prescripciones hechas por los mismos, pero ¿Que poder ejerce el psiquiatra sobre los sujetos y de qué forma este poder es transmitido o legitimado por el acompañante terapéutico?

En primer lugar habría que pensar en la forma en que el psiquiatra se relaciona para con el otro, marcando desde el inicio una relación asimétrica en donde el saber está depositado de lado del médico, un saber que designa, que define lo que es el otro y al mismo tiempo lo desubjetiva y le niega la condición de sujeto deseante, para colocarlo meramente en el lugar de objeto, cosificándolo brutalmente.

Pero el poder psiquiátrico no produce esta única estrategia. Su poder designa si ese sujeto es capaz o no de hacerse cargo de sí mismo, es decir, le quita la posibilidad de elección, le quita incluso su condición de sujeto jurídico para colocarlo como un dependiente eterno. En nuestro país hasta la forma de nombrarlos es muy ilustrativa pues se les denomina “incapaces”, en concreto, sin capacidad de decidir sobre su propia vida. El psiquiatra define el lugar de la razón, estructura la dinámica de salud-enfermedad y los mecanismos de atención para aquellos denominados enfermos.

Y es en esto en donde su ejercicio de poder se estructura de forma brutal, pues define quién es sano. El psiquiatra no solo designa una forma de patología, su poder va más allá. Define lo que debe hacerse con dicha patología, define lo que debe comer ese enfermo, en que lugares puede estar, que espacios están vedados para ese sujeto, define un pronóstico, es decir designa si ese paciente puede “curarse”, “recuperarse” y bajo que formas de tratamiento se dará ese pronóstico, así como los espacios en los que debe realizarse esa curación y que medidas deben de tomarse para con ese sujeto.

Al declarar incapaz al sujeto, se vuelve necesario que alguna persona se haga cargo de él. Se requiere que alguien decida por él y lo contenga en sus manifestaciones irracionales y desadapatativas. La capacidad de elección del sujeto queda negada, su voz silenciada y todo aquello que dice es escuchado como un discurso irracional, como un discurso loco desprovisto de sentido.

En este punto del texto emerge una de las preguntas más relevantes y necesarias para poder reflexionar sobre esta problemática ¿El acompañante es uno de aquellos sujetos responsables del sujeto “incapaz” o existe una manera de que dicho acompañante, evite asumir esta postura?

Para intentar responder esto podríamos pensarlo sobre varios ejes fundamentales. En primer lugar la escucha que se le da al sujeto acompañado. Si el acompañamiento se estructura dejando de lado el discurso del acompañado y si su decir es negado o se torna indudable para el acompañante, éste se convierte en un brazo más del poder psiquiátrico. Pasa a ser una especie de cuidador del sujeto, alguien que se vuelve el responsable de velar, atender, silenciar y controlar en vez de permitirle al acompañado, manifestar su subjetividad y su deseo.

Al negar el discurso del sujeto, se altera la forma de relación entre acompañante y acompañado ya que el saber se invierte, quedando de lado del sujeto que acompaña. Este define lo que el acompañado necesita, define lo que ese sujeto es y lo determina.

En segundo lugar se debe pensar en el lugar que el acompañante le da al discurso psiquiátrico, cómo se posiciona con respecto a éste y que postura toma para con la medicalización del sujeto, así como para con las indicaciones del psiquiatra.

Si el acompañante legitima el diagnostico psiquiátrico y genera una relación atravesada por éste, se puede decir que el acompañante es meramente una herramienta que se ajusta al ejercicio de poder por parte de los psiquiatras. El diagnostico altera por completo esta relación, el sujeto deja de ser un sujeto para convertirse únicamente en un enfermo, un mero nombre. Pasa a ser un objeto de estudio, un objeto al cual hay que atender de una forma específica. Por ejemplo, si es un melancólico, hay que cuidar que coma bien, que tenga ciclos de sueño adecuados, que no consuma ciertas sustancias y se debe vigilarle constantemente para que no haga nada que ponga en riesgo su vida.

Y aquí es donde entra la postura del acompañante para con este saber psiquiátrico, generándose algunas pregunta con respecto a esta relación ¿Se debe legitimar un discurso que genera objetos? ¿Qué posición tomar para con respecto a la psiquiatría? ¿El acompañante es un enfermero? Estas preguntas son muy pertinentes sobre todo si acotamos que en muchos de los casos en donde se solicita la atención de un acompañante, es por efecto directo de una prescripción psiquiátrica.

Para intentar clarificar un poco más sobre estas interrogantes, habría que iniciar recordando un poco cómo la figura del enfermero fue y es clave para poder sostener y reproducir sin cesar las instituciones hospitalarias psiquiátricas. El enfermero se vuelve clave porque se convierte en el brazo operativo del discurso psiquiátrico, es quien opera todas y cada unas de las indicaciones del psiquiatra sin cuestionar, son los que tienen mayor contacto con los internados, son los entrenados para ignorar su decir y autorizados para hacer lo necesario con tal de llevar a cabo las prescripciones psiquiátricas. Si el paciente no quiere comer, se le da de comer a la fuerza, si no quiere bañarse se le baña con agua fría, en otras palabras, el enfermero se vuelve el operador de el poder del psiquiatra.

¿Qué diferencia entonces al acompañante del enfermero? Aquí es donde empiezan a aparecer los problemas con respecto al acompañamiento terapéutico, ya que es difícil ubicar cual es la diferencia entre un acompañante y un enfermero particular, contratado para vigilar y mantener controlado a algún sujeto considerado problemático. El acompañante en muchos casos se encarga de darle sus medicamentos a las horas indicadas por el psiquiatra, tal y como se realiza en las instituciones hospitalarias En muchos de los casos, se enmascara la intervención sobre la angustia de algunos acompañados para implementar un proceso de vigilancia constante. En algunos otros, hay acompañantes para todos los horarios del día y la noche y el sujeto nunca se encuentra solo. Todo el tiempo está siendo sometido a una mirada, a una vigilancia que registra, que analiza cada uno de sus gestos, de sus palabras, y les da un diagnostico. Pueden llamarse fantasías o delirios. Ya no es un discurso con sentido sino un discurso meramente delirante que hay que acallar. Se busca contener ese discurso, no escucharlo. Sólo generar un espacio de contención que permita una disminución de la angustia y de las manifestaciones físicas que esta conlleva.

Actualmente se siguen reproduciendo los viejos esquemas de Philippe Pinel y su tratamiento moral, mismo que desarrolló en las reformas al sistema hospitalario en Francia a finales del siglo XVIII y principios del IXX. En ellos se recomendaba a los enfermeros para el tratamiento de la locura. Las técnicas que usaban, estaban definidas para producir una revolución en la forma de abordar la locura y tenían como finalidad la rehabilitación del sujeto

  • 1- El silencio, el no decir nada, no pronunciar ninguna palabra dejar al loco en su locura, no prestarle atención a su discurso con la finalidad de hacer entrar en razón al enfermo, de mostrarle que si no articula un discurso razonable no será escuchado. En el caso de los acompañantes, el silencio puede ser una vía para darle lugar al sujeto, para escucharlo, pero también puede estar ligado a esta práctica de negación que desprovee de sentido el discurso del paciente.
  • 2- El reconocimiento en el espejo. Esta técnica busca fundamentalmente el confrontar al loco con su locura, evidenciársela de manera espejeada, confrontarlo con sus comportamientos, mostrarle lo irracional de sus comportamientos, buscando que adquiera conciencia de su enfermedad. Esta es una práctica que aun es muy reproducida por muchos acompañantes terapéuticos, bajo la lógica de que esto genera una mejora en su situación. Se le espejea su síntoma, su enfermedad, se le actúa, buscando situarlo del lado de la razón pero no respetándole su forma de existir, de estar en el mundo no asumiendo que la locura no deja de ser otra forma de estar en el mundo, otra postura para con el otro.
  • El juicio perpetuo. Las dos técnicas anteriores tienen el sentido de confrontar a la locura con ella misma, el confrontar al sujeto con sus propia irracionalidad pero parte de la rehabilitación o de la curación del paciente radica en el que exista un juicio constante, unos parámetros en lo referente a la ley que estén muy bien estructurados. Se trata de que el sujeto se inserte en la ley, se enmarque su hacer y su existencia bajo un marco legal, estructurándolo a lo que es permitido, lo que no es permitido, que puede pensar, que no o que es legalmente aceptado Debe adecuarse a una ley externa que lo atraviese y lo designe.
Y es esta ley la que permitirá que se genere una pedagogización del sujeto, insertarlo en los procesos sociales, hacerlo que aprenda una serie de normas de comportamiento, ubicándole que la ley es lo que prevalece. Se aplicara lo que se conoce como proceso de adaptación, que aprenda a postergar sus deseos, que aprenda a no hacer siempre lo que desea, que aprenda a controlar sus pensamientos y a examinarlos para que no se manifiesten en un discurso caótico.

Se definirá la realidad desde una cierta perspectiva, una perspectiva denominada por el discurso psiquiátrico y que el acompañante - al igual que el enfermero- se encargara de corroborar, de legitimar, de transmitir al sujeto “enfermo” para que se facilite su integración al orden social. Al respecto Michel Foucault dice lo siguiente:

“Se me puede objetar que todo esto actualmente ya está acabado o esta acabándose; que la palabra del loco ya no está del otro lado de la línea de separación; que ya no es considerado algo nulo y sin valor; que más bien al contrario, nos pone en disposición vigilante; que buscamos en ella un sentido, o el esbozo o las ruinas de una obra; y que hemos llegado a sorprender esta palabra del loco incluso en lo que nosotros mismo articulamos, en ese minúsculo desgarrón por donde se nos escapa lo que decimos.

Pero tantas consideraciones no prueban que la antigua separación ya no actué, basta con pensar en todo el armazón de saber , a través del cual desciframos esta palabra, basta con pensar en toda la red de instituciones que permiten al que sea médico, psicoanalista, escuchar ese palabra y que permite al mismo tiempo al paciente manifestar, o retener desesperadamente, sus pobres palabras; basta con pensar en todo esto para sospechar que la línea de separación, lejos de borrarse actúa de otra forma, según líneas diferentes, a través de nuevas instituciones y con efectos que absolutamente son los mismos.”[1]

Con lo anterior, Foucault muestra precisamente como el lugar de saber ha generado nuevos discursos, nuevas técnicas, nuevas estrategias que a pesar de dar la idea de borrar las distancias entre la razón y la locura, por el contrario, simplemente las desplazan a otros lugares y se ejercen desde otras instituciones. Ya no es el enfermero tal cual o el médico psiquiatra que aplica los electroshocks o la lobotomía al enfermo. Ahora es mediante la medicalización, mediante la adaptación, la exclusión ya no se produce bajo estas primeras formas de encerrar al paciente en un sanatorio, ahora la exclusión es de un orden mucho más sutil. Se generaron procesos que permitieron hacer invisible la exclusión, o hacerla aceptable, hasta significarla como algo humanitario, como el derecho de los sujetos enfermos, a recibir un tratamiento adecuado pero que en realidad opera como una exclusión cuya principal técnica es, la negación de la capacidad de elección del sujeto, desde nombrarlo enfermo, hasta construirle un diagnostico.

Aquí es donde el lugar del acompañante terapéutico queda poco claro, poco definido dentro de un espacio lleno de sombras, ya que en muchos de los casos el acompañamiento terapéutico se ha institucionalizado como una forma más de ejercicio de poder, como una forma más de generar distancias entre sujetos. Es decir, una forma de exclusión

Reflexionar sobre esto es - a mi parecer - algo completamente necesario e indispensable para poder posicionar el acompañamiento terapéutico desde otro lugar. Para poder construir una forma distinta de relación que pueda distanciarse del saber psiquiátrico, distanciarse de la función del enfermero, lograr separarse del saber. Suspender este saber para generar un proceso de escucha, restringir esa mirada vigilante que todo lo registra y todo lo ve para asumir una mirada que busque el desconcierto, la sorpresa.

Mientras esto no se realice, el acompañamiento terapéutico se convertirá en una extensión del poder psiquiátrico, desplazando el lugar del enfermero pero cumpliendo la mayoría de las funciones de éste. Se seguirá reproduciendo incluso un lugar jerárquico en donde el acompañante se coloca a las órdenes del psiquiatra. Funcionará como informante, como asistente y jamás tendrá un lugar propio, siempre estará en función a otro y sus intervenciones. Siempre serán en función al decir de alguien más, lo cual lo vuelve a su vez en un alienado más.



[1][1] Foucault, Michel. El orden del discurso. Ed. Tusquets. Págs. 17 y 18.



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