En
la actualidad todo aquello que habla de nosotros mismos, nuestros deseos
nuestras pasiones, nuestro cuerpo es decir todo aquello que es el del orden de
las pasiones y no de la pasividad no es
bastante extraño, se han tornado un ente desconocido, un enigma, se ha
construido un vacío abismal entre el sujeto y sí mismo, el biopoder ha hecho
del cuerpo y de la experiencia humana su blanco principal para construir formas
de subjetivación basadas en el consumo, en el espectáculo, la finalidad de esta
reflexión es mostrar como uno de los efectos de este biopoder ha sido la producción
de cosas-que-sienten y cuyo deseo si es que se le puede denominar así es un
deseo indiferente, es una libido del envoltorio, de la imagen.
Con
la sustitución del arts erotica por la construcción
del sexo y el deseo como un dominio de saber, la sociedad paso de ver el sexo
como una expresión de aquello del orden de lo pasional para verlo como una técnica,
como un conocimiento a develar, a descubrir, su relación para con su cuerpo y
su deseo dejo de ser un asunto personal para pasar a ser un tema de dominio público
y un conocimiento definido por un conjunto de disciplinas científicas.
La
sociedad del espectáculo con su tiranía de la imagen ha venido como si fuera un
slogan publicitario a decirnos que el deseo es producido y encendido por la
belleza, que el erotismo gira entorno a un mecanismo perceptual cuyo objeto es
la reproducción de un modelo estético dominante, ante esto pronto vemos que el
slogan es una mentira, ya desde Platon veíamos como el deseo no está producido
por la belleza, en su proposición de que Eros no
es ni bello ni feo, ni joven ni viejo, se inserta
que el deseo es algo del orden metafísico, algo que trasciende la
carne., el cuerpo, algo que es del orden espiritual. Spinoza en la ética define
el deseo (cupitidas) como “la esencia misma del hombre en cuanto concebida como
determinada a hacer algo en virtud de una afección cualquiera que se da en ella”
y es justo esta esencia de la que la sociedad del espectáculo y el bipoder
buscan privar a los sujetos.
En
Freud con el concepto de libido y de pulsión también encontramos un elemento metafísico
del deseo, el deseo no es mero instinto, no es una mera reacción carnal, el
deseo es un intrincado sistema de representaciones que permiten al sujeto
adquirir una determinada inclinación erótica por un objeto, un objeto que no es
una imagen, un sujeto que no es un concepto, es una representación y la libido
es esa energía producida por la pulsión erótica, es esa inclinación a buscar ese objeto de
deseo, toda la historia de la filosofía coincide en el elemento metafísico del
deseo, en que el deseo es algo más que una mera imagen que es más que una mera manifestación
corporal, el deseo trasciende la carne para generar un unión entre el cuerpo y
el espíritu, entre la pasión y la actividad necesaria con respecto a ella.
La
función de la sociedad del espectáculo y el biopoder es la de borrar ese
elemento metafísico del deseo por medio de la construcción del sexo como
dominio de saber, como un discurso de saber-poder, el deseo es reducido a su dimensión
carnal, los cuerpos son buenos o menos buenos, las erecciones, lubricaciones,
posiciones, se clasifican en satisfactorias o insatisfactorias en relación a la
lógica del libre mercado y el rendimiento, el cuerpo se mide entonces entorno a
la cantidad de goce que se puede obtener de él, no hablamos de placer ya que
para ello el sujeto tendría que incorporar algo más que su mero cuerpo en la relación
sexual, el placer es algo ajeno , algo inalcanzable.
Si
partimos de la premisa que una de las funciones simbólicas de la sociedad del espectáculo
consisten en construir una serie de discursos entorno a lo espectacular, esto en la experiencia del
deseo se traduce en una clasificación de aquello que se ubica como lo
espectacular del cuerpo, se aterriza en un desfile permanente de cuerpos
espectaculares, cuerpos capaces de producir una gran cantidad de deseo por sus
culos enormes, sus pechos inmensos, sus músculos marcados, sus barbas
perfectamente cuidadas, cutis, tersos, un estilo de la moda, vemos así como el deseo comienza entonces a
fragmentarse, el cuerpo deja de ser una parte del ser para colocarse como la única
parte relevante ligándose a una lógica del consumo, un consumo que se basa en
la espectacularidad del producto como en el uso de ese producto.
Otra
de las funciones de lo espectacular es borrar la falta, la imagen de la mujer
con el culo enorme, del hombre con músculos marcados y barba cuidada simétricamente
vestidos al último grito de la moda solo encubre su pobreza existencial, no hay
que charlar más de 5 minutos con alguna de estas mercancías, para descubrir un
profundo vacío intelectual, cultural, ideológico y afectivo en ellos, han sido
reducidos a un mero cuerpo, por eso les aterroriza envejecer, enfermar, por eso
se desarrolla en ellos una obsesión por mantener aquello que es lo único que
los define, es lo único que los hace visibles.
La
mal llamada libertad sexual moderna se reduce a una mera acumulación de mercancías,
no hay diferencia entre aquel o aquella que tiene un iphone, un ipad, una
laptop, una televisión inteligente y que su consumo se basa en la acumulación que
aquel que está en una búsqueda desenfrenada por acumular cuerpos, el goce no
radica en el encuentro sexual en sí mismo, en el encuentro con el otro que se
traduce en una expresión de erotismo, el goce radica en la posesión y acumulación
del cuerpo del otro, de ahí la aparición de los “Nudes” de los “Packs”, si una
de las bases de la sociedad del espectáculo es mostrar constantemente lo
espectacular, los nudes y packs cumplen
esa función, el goce radica en mostrar aquello que se acumuló, aquello que se
posee, solo evidencia el cuerpo como una mercancía más, como un producto consumido
y al igual que la mayoría de las imágenes borra la falta, ocultan la
experiencia sexual, el placer, vemos cuerpos desnudos en poses que ejemplifican
una ortopedia del goce y de lo espectacular.
Otro
de los efectos del espectáculo radica en la producción de un deseo indiferente,
las cosas-que-sienten-que sienten ya no se preocupan por preguntarse acerca de
su deseo, acuden a la televisión, a las revistas para hombres y mujeres, al
cine, a los seudoestudios, para cubrir eso, esperan que les digan cual es el
cuerpo deseable, cuales son las posturas sexuales que más goce pueden producir,
cuales son las prácticas sexuales más eróticas, que tipo de personalidades son
las mejores parejas sexuales, la consecuencia de transformar al sexo de una
praxis erótica a un dominio de saber radica en la mecanización y homogenización
del deseo, se le ofrece al sujeto toda una estructura taxonómica en la cual
solo queda identificarse con alguno de esos lugares dentro de la clasificación y
actuar en función de lo esperado y definido por estos lugares simbólicos,
define por entero su relación para con su cuerpo y su goce a partir de estos
dominios de saber.
Nos
encontramos entonces con una oleada de personas no deseantes, que simulan
desear para no desear, para no ocuparse de su deseo, sujetos que tienen nula
inquietud de si, de sus placeres y
pasiones, un deseo mecánico cuyas consecuencias se ven a la vuelta de la
esquina, paradójicamente mientras más relaciones sexuales hay en nuestra
sociedad más se incrementan los padecimientos sexuales, más gente padece de
disfunciones sexuales, problemas de erección de excitación de anorgasmia, lo
cual en vez de llevar al sujeto a interrogarse sobre el lugar que el placer y
la pasión tiene en su vida lo lleva a sujetarse a un dominio de saber que le
establezca una terapéutica para reestablecer su deseo, demanda regímenes dietéticos
que le permitan acceder a una vida sexual plena, satisfactoria, un régimen que
no lo lleve a cuestionarse sobre su posición para con su vida, sus decisiones,
su forma de desear, de percibir, se demanda una terapéutica que intervenga
sobre lo único que existe, el cuerpo mismo, se genera así lo que definiré como
ortopedia del deseo, la ortopedia del goce, el cual se basa en todo a una tecnológica
disciplinaria que busca reducir al sexo a una serie de posturas, de ritmos, de técnicas,
las cuales son prescritas al sujeto para su reproducción sin reflexión.
El
segundo costo a pagar por la cosa-que siente-que siente en su sujeción a la
sociedad del espectáculo radica en condenarse indefinidamente al sufrimiento, se
acumulan en los consultorios de los psiquiatras y psicólogos personas con
trastornos de somatización, con enfermedades psicosomáticas que a diferencia de
la época victoriana freudiana en donde se producían por una represión del deseo
ahora se producen por una indiferencia ante el deseo, por una incapacidad de
ver en el deseo algo que trasciende el cuerpo, por la negación de la dimensión metafísica
del deseo, son así eternos pacientes que esperan permanentemente la llegada del
placer pero sin estar dispuestos a hacer nada para obtenerlo. Llegados a este
punto surge una pregunta muy interesante, ¿Qué sería un deseo autentico?
Si
el deseo indiferente, se caracteriza por un borramiento del ser y de la dimensión
metafisica del sujeto y de una técnica de dirección de la subjetividad de las
personas, el deseo autentico por medio de una inversión dialéctica se podría pensar
como la antítesis de esos procedimientos, el deseo autentico seria ese deseo de
desear, un deseo que se encuentra en un estado de permanente inquietud de si,
un deseo que enuncia una verdad sobre aquel que desea, algo que lo humaniza, una
expresión que permite la construcción de un Yo, pero no únicamente el yo
social, sino que permite la diferenciación del sujeto para con los demás y a su
vez permite una relación de reconocimiento social. Un deseo que posibilita un
estado de permanente creación y re-creación
de los placeres, las inclinaciones, del erotismo, y que en esencia es de corte
activo, al darle lugar a la pasión la actividad aparece dejando de lado la
pasividad de la indiferencia, el dolor se incorpora como parte del acto mismo
de desear, por eso no se coloca en el cuerpo, no se traduce en trastornos somáticos,
ni en disfunciones sexuales, el dolor se juega en el sentido metafísico, en un
dolor de la existencia que es intrínseco al deseo, el dolor y el placer se
construyen en una relación dialéctica que constituye el deseo.
Para
concluir mientras que en la época victoriana las preguntas con respecto al
deseo eran del tipo ¿es correcto o incorrecto desear? ¿Qué deseos son normales
y cuáles anormales?
En la actualidad el interrogarse sobre el deseo ha dejado
de ser relevante para simplemente enunciar respuestas, SE desea esto, SE goza
de esta forma, un hombre o mujer SE debe ver de tal forma, el eje entonces
radica en la posibilidad de poder salir de estos dominios de saber, la
posibilidad de representarnos como algo más que un cuerpo, que una imagen, que
un concepto para poder cuestionarse a sí mismo. El dilema sigue, ser cosa o ser
sujeto, hay que elegir.
Eduardo
Contreras Merino.
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