jueves, 21 de marzo de 2019

El deseo indiferente, la libido del envoltorio.


En la actualidad todo aquello que habla de nosotros mismos, nuestros deseos nuestras pasiones, nuestro cuerpo es decir todo aquello que es el del orden de las pasiones y  no de la pasividad no es bastante extraño, se han tornado un ente desconocido, un enigma, se ha construido un vacío abismal entre el sujeto y sí mismo, el biopoder ha hecho del cuerpo y de la experiencia humana su blanco principal para construir formas de subjetivación basadas en el consumo, en el espectáculo, la finalidad de esta reflexión es mostrar como uno de los efectos de este biopoder ha sido la producción de cosas-que-sienten y cuyo deseo si es que se le puede denominar así es un deseo indiferente, es una libido del envoltorio, de la imagen.

Con la sustitución del arts erotica  por la construcción del sexo y el deseo como un dominio de saber, la sociedad paso de ver el sexo como una expresión de aquello del orden de lo pasional para verlo como una técnica, como un conocimiento a develar, a descubrir, su relación para con su cuerpo y su deseo dejo de ser un asunto personal para pasar a ser un tema de dominio público y un conocimiento definido por un conjunto de disciplinas científicas.

La sociedad del espectáculo con su tiranía de la imagen ha venido como si fuera un slogan publicitario a decirnos que el deseo es producido y encendido por la belleza, que el erotismo gira entorno a un mecanismo perceptual cuyo objeto es la reproducción de un modelo estético dominante, ante esto pronto vemos que el slogan es una mentira, ya desde Platon veíamos como el deseo no está producido por la belleza, en su proposición de que   Eros no es ni bello ni feo, ni joven ni viejo,  se inserta  que el deseo es algo del orden metafísico, algo que trasciende la carne., el cuerpo, algo que es del orden espiritual. Spinoza en la ética define el deseo (cupitidas) como “la esencia misma del hombre en cuanto concebida como determinada a hacer algo en virtud de una afección cualquiera que se da en ella” y es justo esta esencia de la que la sociedad del espectáculo y el bipoder buscan privar a los sujetos.

En Freud con el concepto de libido y de pulsión también encontramos un elemento metafísico del deseo, el deseo no es mero instinto, no es una mera reacción carnal, el deseo es un intrincado sistema de representaciones que permiten al sujeto adquirir una determinada inclinación erótica por un objeto, un objeto que no es una imagen, un sujeto que no es un concepto, es una representación y la libido es esa energía producida por la pulsión erótica,  es esa inclinación a buscar ese objeto de deseo, toda la historia de la filosofía coincide en el elemento metafísico del deseo, en que el deseo es algo más que una mera imagen que es más que una mera manifestación corporal, el deseo trasciende la carne para generar un unión entre el cuerpo y el espíritu, entre la pasión y la actividad necesaria con respecto a ella.

La función de la sociedad del espectáculo y el biopoder es la de borrar ese elemento metafísico del deseo por medio de la construcción del sexo como dominio de saber, como un discurso de saber-poder, el deseo es reducido a su dimensión carnal, los cuerpos son buenos o menos buenos, las erecciones, lubricaciones, posiciones, se clasifican en satisfactorias o insatisfactorias en relación a la lógica del libre mercado y el rendimiento, el cuerpo se mide entonces entorno a la cantidad de goce que se puede obtener de él, no hablamos de placer ya que para ello el sujeto tendría que incorporar algo más que su mero cuerpo en la relación sexual, el placer es algo ajeno , algo inalcanzable.

Si partimos de la premisa que una de las funciones simbólicas de la sociedad del espectáculo consisten en construir una serie de discursos entorno a  lo espectacular, esto en la experiencia del deseo se traduce en una clasificación de aquello que se ubica como lo espectacular del cuerpo, se aterriza en un desfile permanente de cuerpos espectaculares, cuerpos capaces de producir una gran cantidad de deseo por sus culos enormes, sus pechos inmensos, sus músculos marcados, sus barbas perfectamente cuidadas, cutis, tersos, un estilo de la moda,  vemos así como el deseo comienza entonces a fragmentarse, el cuerpo deja de ser una parte del ser para colocarse como la única parte relevante ligándose a una lógica del consumo, un consumo que se basa en la espectacularidad del producto como en el uso de ese producto.

Otra de las funciones de lo espectacular es borrar la falta, la imagen de la mujer con el culo enorme, del hombre con músculos marcados y barba cuidada simétricamente vestidos al último grito de la moda solo encubre su pobreza existencial, no hay que charlar más de 5 minutos con alguna de estas mercancías, para descubrir un profundo vacío intelectual, cultural, ideológico y afectivo en ellos, han sido reducidos a un mero cuerpo, por eso les aterroriza envejecer, enfermar, por eso se desarrolla en ellos una obsesión por mantener aquello que es lo único que los define, es lo único que los hace visibles.

La mal llamada libertad sexual moderna se reduce a una mera acumulación de mercancías, no hay diferencia entre aquel o aquella que tiene un iphone, un ipad, una laptop, una televisión inteligente y que su consumo se basa en la acumulación que aquel que está en una búsqueda desenfrenada por acumular cuerpos, el goce no radica en el encuentro sexual en sí mismo, en el encuentro con el otro que se traduce en una expresión de erotismo, el goce radica en la posesión y acumulación del cuerpo del otro, de ahí la aparición de los “Nudes” de los “Packs”, si una de las bases de la sociedad del espectáculo es mostrar constantemente lo espectacular,  los nudes y packs cumplen esa función, el goce radica en mostrar aquello que se acumuló, aquello que se posee, solo evidencia el cuerpo como una mercancía más, como un producto consumido y al igual que la mayoría de las imágenes borra la falta, ocultan la experiencia sexual, el placer, vemos cuerpos desnudos en poses que ejemplifican una ortopedia del goce y de lo espectacular.

Otro de los efectos del espectáculo radica en la producción de un deseo indiferente, las cosas-que-sienten-que sienten ya no se preocupan por preguntarse acerca de su deseo, acuden a la televisión, a las revistas para hombres y mujeres, al cine, a los seudoestudios, para cubrir eso, esperan que les digan cual es el cuerpo deseable, cuales son las posturas sexuales que más goce pueden producir, cuales son las prácticas sexuales más eróticas, que tipo de personalidades son las mejores parejas sexuales, la consecuencia de transformar al sexo de una praxis erótica a un dominio de saber radica en la mecanización y homogenización del deseo, se le ofrece al sujeto toda una estructura taxonómica en la cual solo queda identificarse con alguno de esos lugares dentro de la clasificación y actuar en función de lo esperado y definido por estos lugares simbólicos, define por entero su relación para con su cuerpo y su goce a partir de estos dominios de saber.

Nos encontramos entonces con una oleada de personas no deseantes, que simulan desear para no desear, para no ocuparse de su deseo, sujetos que tienen nula inquietud de si, de sus placeres  y pasiones, un deseo mecánico cuyas consecuencias se ven a la vuelta de la esquina, paradójicamente mientras más relaciones sexuales hay en nuestra sociedad más se incrementan los padecimientos sexuales, más gente padece de disfunciones sexuales, problemas de erección de excitación de anorgasmia, lo cual en vez de llevar al sujeto a interrogarse sobre el lugar que el placer y la pasión tiene en su vida lo lleva a sujetarse a un dominio de saber que le establezca una terapéutica para reestablecer su deseo, demanda regímenes dietéticos que le permitan acceder a una vida sexual plena, satisfactoria, un régimen que no lo lleve a cuestionarse sobre su posición para con su vida, sus decisiones, su forma de desear, de percibir, se demanda una terapéutica que intervenga sobre lo único que existe, el cuerpo mismo, se genera así lo que definiré como ortopedia del deseo, la ortopedia del goce, el cual se basa en todo a una tecnológica disciplinaria que busca reducir al sexo a una serie de posturas, de ritmos, de técnicas, las cuales son prescritas al sujeto para su reproducción sin reflexión.

El segundo costo a pagar por la cosa-que siente-que siente en su sujeción a la sociedad del espectáculo radica en condenarse indefinidamente al sufrimiento, se acumulan en los consultorios de los psiquiatras y psicólogos personas con trastornos de somatización, con enfermedades psicosomáticas que a diferencia de la época victoriana freudiana en donde se producían por una represión del deseo ahora se producen por una indiferencia ante el deseo, por una incapacidad de ver en el deseo algo que trasciende el cuerpo, por la negación de la dimensión metafísica del deseo, son así eternos pacientes que esperan permanentemente la llegada del placer pero sin estar dispuestos a hacer nada para obtenerlo. Llegados a este punto surge una pregunta muy interesante, ¿Qué sería un deseo autentico?

Si el deseo indiferente, se caracteriza por un borramiento del ser y de la dimensión metafisica del sujeto y de una técnica de dirección de la subjetividad de las personas, el deseo autentico por medio de una inversión dialéctica se podría pensar como la antítesis de esos procedimientos, el deseo autentico seria ese deseo de desear, un deseo que se encuentra en un estado de permanente inquietud de si, un deseo que enuncia una verdad sobre aquel que desea, algo que lo humaniza, una expresión que permite la construcción de un Yo, pero no únicamente el yo social, sino que permite la diferenciación del sujeto para con los demás y a su vez permite una relación de reconocimiento social. Un deseo que posibilita un estado de  permanente creación y re-creación de los placeres, las inclinaciones, del erotismo, y que en esencia es de corte activo, al darle lugar a la pasión la actividad aparece dejando de lado la pasividad de la indiferencia, el dolor se incorpora como parte del acto mismo de desear, por eso no se coloca en el cuerpo, no se traduce en trastornos somáticos, ni en disfunciones sexuales, el dolor se juega en el sentido metafísico, en un dolor de la existencia que es intrínseco al deseo, el dolor y el placer se construyen en una relación dialéctica que constituye el deseo.

Para concluir mientras que en la época victoriana las preguntas con respecto al deseo eran del tipo ¿es correcto o incorrecto desear? ¿Qué deseos son normales y cuáles anormales? 
En la actualidad el interrogarse sobre el deseo ha dejado de ser relevante para simplemente enunciar respuestas, SE desea esto, SE goza de esta forma, un hombre o mujer SE debe ver de tal forma, el eje entonces radica en la posibilidad de poder salir de estos dominios de saber, la posibilidad de representarnos como algo más que un cuerpo, que una imagen, que un concepto para poder cuestionarse a sí mismo. El dilema sigue, ser cosa o ser sujeto, hay que elegir.

Eduardo Contreras Merino.

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